sábado, 18 de junio de 2011

INTERPRETANDO EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL

INTERPRETANDO EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL, VERSIÓN 2011
El vivir los acontecimientos tiene siempre el inconveniente de hacer difícil su análisis. El viejo adagio lo dice muy bien: los árboles no te dejan ver el bosque. Eso es lo que lleva a que la Historia, aquella con mayúscula, marche a la retaguardia de los hechos que la debieran inspirar. A veces es necesario esperar que las aguas se calmen para saber qué color tenían. Esa es la dificultad que tiene el analizar el actual movimiento estudiantil.
Sin embargo, me parece que en este caso las cosas pueden ir más fáciles. Me explico: visto en lo inmediato del aquí y ahora, abordar el movimiento estudiantil es cosa imposible si lo hacemos poniendo atención a sus expresiones. Es imposible porque se trata de una filarmónica en donde cada músico sigue una partitura diferente. El resultado, y es obvio, es una cacofonía incomprensible.
“El” movimiento es en realidad la suma de muchas cosas distintas, disonantes unas, antagónicas otras, que sólo tienen en común el de reunirse de tarde en tarde bajo la misma convocatoria. Detrás de la masa que ilusiona a algunos, sorprende a otros e intimida a unos cuantos, hay demandas de distinta naturaleza. No es lo mismo lo que ‘exige’ un universitario de institución tradicional que lo que exige el alumno de la U privada. Queda claro incluso que sus demandas son incompatibles: cada uno quiere llevar más agua (léase plata) a su molino. Otro tema son lo secundarios y dentro de ellos, tampoco, existe consenso: terminar con la PSU entusiasma a tantos como rechazo produce en otros la idea de acabar con el NEM. De otra parte los profesores y sus opacas demandas (¿qué piden?) que chocan de frente con otra de las directrices mas sonantes del movimiento: el fin al lucro. Porque no hay que ser demasiado hábil para darse cuenta que los que primero lucran con la educación son los docentes. Eso a menos que la definición de lucro sea la de ganar no dinero, sino grandes cantidades del mismo.
En la gran fuerza del movimiento, su masividad y poder de convocatoria, esta también su gran debilidad. Entre tantas cosas distintas es fácil confundirse y no saber distinguir lo urgente de lo necesario y de lo accesorio. Ahí está también la gran posibilidad del gobierno: apostar a la ‘diáspora’ de un movimiento que tiene mas de centrífugo que de centrípeto. En este sentido mi percepción es que el movimiento no aguanta mucho mas tiempo, e incluso, es probable que la del Jueves haya sido su expresión cúlmine (en el sentido de que llegó a su punto más alto).  
Pero nada de esto es nuevo, es eso lo que facilita su análisis. Derechamente recién hoy, entrando el siglo XXI, es que estamos viviendo lo que buena parte de Europa y EEUU experimentó a fines de los sesenta. El fenómeno es conocido y fue interpretado magistralmente por Joseph Schumpeter (“Capitalismo, socialismo y democracia”, publicado en 1942). Según el autor, y a propósito de la forma en que surgieron los totalitarismos en Europa, el capitalismo (y la democracia pluripartidista) tiende a promover su propia destrucción. Una de las formas que esta toma es su tendencia a crear y luego a dar rienda suelta a una clase cada vez más amplia de intelectuales que, de manera inevitable, representan un papel socialmente destructivo. Y la educación, o mas bien gente ‘educada’, está detrás de ellos.
La interpretación de Schumpeter se basa en la experiencia histórica europea. No había pueblo más educado en el mundo que el alemán de 1933. Y no es un misterio que el totalitarismo soviético fue construido por una camarilla de intelectuales encabezados por Lenin.
La tesis de Schumpeter es perfectamente aplicable a lo que vivió EEUU. Los estudiantes universitarios en aquel país pasaron de 3,6 millones en 1960 a 9,4 millones en 1975 (cifras citadas por Charles E. Finn, 1978). Y el resultado fue evidente y muy conocido: una ola de protestas y movilizaciones que duró más de una década. Y ojo que da lo mismo cual sea la reivindicación, siempre habrá una o varias. Se trate de mejores condiciones materiales o de calidad educativa, da igual. Su génesis está mas en la ‘masa crítica’ (la cantidad de alumnos posibles de movilizar) que en sus motivos.
En ese sentido y si validamos la tesis expuesta, las actuales movilizaciones no se ‘solucionarán’ con nada. Serán cíclicas e independientes del color político del gobierno de turno. Eso hasta que la universidad deje de ser un negocio para quienes ingresen a sus aulas.
Hasta hoy, los estudios universitarios son una muy buena inversión. Aún con sus altos costos, aquel que se titula en una carrera rentable, independiente de cual haya sido su origen social, obtendrá en su vida laboral una rentabilidad mayor que la de cualquier inversión. Pero eso no será siempre así. La tendencia en países más avanzados es que la rentabilidad obtenida por los estudios universitarios tienda a caer en el tiempo (por el simple juego de mayor oferta de profesionales). Eso a la par que los oficios o los grados técnicos mejoren, como lo están haciendo ya, sus ingresos.
Por otro lado está el tema político, que no es menor y requiere un pequeño análisis. La clase política y la ciudadanía no debe confundirse. La democracia se hace a través de las urnas y no se define en las calles. Parece obvio pero algunos lo están olvidando. No es más democracia la que escucha a los que gritan en las calles, eso es sabido. Es mas, la democracia se pierde en las calles y en las multitudes vociferantes. Eso es exactamente lo que pasó en otras épocas y en otros países. Si no me cree, vea el caso italiano. Mussolini, un marxista medio arrepentido, conquistó el poder en las calles marchando sobre Roma. El resto de la Historia es muy conocido: en nombre de la democracia y el pueblo acabó con la democracia. El caso cubano tampoco se aleja mucho del ejemplo anterior; la conquista de la democracia mediante una guerrilla ‘demócrata’ terminó en una dictadura irreversible (eso a menos que quede alguien que siga llamando ‘democracia’ a una dictadura personalista que con el tiempo ha ido tomando más carácter de monarquía despótica).
En síntesis, nihil novi sub sole en este movimiento.     
Reflexiones de un día de tormenta.
Saludos

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