domingo, 2 de octubre de 2011

HERMÉTICO

Si utsed enitende etso es poqrue su ceerbro lee las palbaras eneteras y no cada lerta por seapardo.
El mecanismo de la lectura es un proceso fascinante. Parte siendo una técnica de decodificación –la de traducir símbolos a sonidos y estos a palabras- pero se transforma con el tiempo y la práctica en un proceso automático. En la medida que leemos, tras años de ejercicio nuestro cerebro se encarga de registrar en sus archivos todas aquellas palabras que ya conocemos. De esta manera, la lectura deja de ser un ejercicio de decodificación y se transforma en uno de reconocimiento de palabras ya guardadas en nuestro archivo cerebral. Así, la lectura se vuelve fluida y ya no requiere el uso de memoria operativa para su realización. Desde ese momento, los recursos de memoria operativa –o de corto plazo- quedan disponibles para dedicarlos a captar el mensaje general y particular del texto. De ahí la importancia de desarrollar la lectura fluida desde corta edad y de la lectura de todo tipo de textos en los siguientes años. Mientras mayor sea el reconocimiento de palabras al momento de leer, mayores son las posibilidades de desarrollar la comprensión lectora.
Pero no hay lectura sin escritura. La ‘codificación’ de mensajes partió –dejando fuera lo que respecta a pictogramas y grafismos- hace unos cinco o seis mil años. No se ha determinado con precisión si la primera escritura nació en Sumer (Mesopotamia) o Egipto, pero lo cierto es que de aquellas formas de escritura, principalmente ideográficas –donde el signo representa un concepto y no un fonema- hasta nuestra actual escritura alfabética occidental, han pasado muchas cosas.
El alfabeto occidental es el resultado de una larga evolución. De origen semítico (creado por semitas de oriente próximo), parece haber sido extendido a través del Mediterráneo antiguo por los navegantes fenicios. Expresión de ello es que uno de los centros comerciales más importantes de los fenicios fue la ciudad de “biblos”. De los fenicios la idea pasó a los griegos y de estos a los romanos, aunque en realidad el puente entre ambos pueblos fueron los etruscos. He ahí el alfabeto latino que usamos hoy.
Pero no hay escritura sin personas que entiendan el código. Sabido es que los antiguos egipcios daban un poder mágico a la escritura. Lo escrito se hacía realidad. Eso explica las maldiciones registradas en las entradas a tumbas, hechas concientemente para evitar saqueos. Pero como la escritura y lectura era un saber restringido –los famosos escribas puestos casi en el tope de la escala social egipcia- esto solo tiene sentido si se piensa que escribiendo algo se hará realidad.
Como dijimos, la lectura –y escritura se entiende- eran saberes exclusivos de unos pocos. Quizá ese sea el origen de lo ‘hermético’. Hermes –en Grecia- y el dios egipcio Tot dan origen a una versión sincrética conocida como Hermes Trismegisto (el tres veces grande), deidad que supuestamente guardó los antiguos secretos de la civilización del Nilo. Todo ese conocimiento habría quedado registrado en el “Corpus hermeticum”, un mítico texto en el que aparte de conocimientos ancestrales sobre el origen del cosmos, estaría también el origen de la alquimia. No deja de llamar la atención, sin embargo, que lo ‘hermético’ sea también el mensaje oculto de un texto (hermeneútica).
Finalmente, tampoco hay escritura-lectura sin un elemento material que guarde el registro. El papel surge en el antiguo Egipto en la forma de papiro (de hecho, de ahí viene la palabra). Este se fabricaba a partir de una planta abundante en el Nilo, la cyperus papyrus. Las hojas de papiro se almacenaban en forma de rollos, de ahí que las antiguas bibliotecas no podía recurrir al estante que solemos ver hoy. Los rollos requerían también sendos trozos de madera que sirvieran de extremos para el papiro y ejes para el enrollamiento. Pesados y sin la posibilidad de apilarse, los textos de la biblioteca de Alejandría (la más grande del mundo antiguo) debieron ocupar mucho espacio.
Y así fue hasta que los griegos se interesaron por la lectura. La ciudad de Pérgamo (en la actual Turquía) quería, al parecer, rivalizar con Alejandría en lo que a libros se refiere. No está claro si los egipcios –que para entonces tenían bastante influencia griega- cortaron el suministro de papiro a Pérgamo para mantener su supremacía en el tema, o si los griegos buscaron la independencia en el suministro de papel. Lo cierto es que estos últimos comenzaron a pensar en una forma de hacer papel sin recurrir al papiro. Y la respuesta fue obvia: ovejas.
Así es como nació el “pergamino”, –ahora ya sabe el por qué del nombre- una forma de papel hecho a partir de la piel de ovejas. El único problema de este material, que por lo demás tenía una resistencia excepcional, era que no podía ser enrollado. Para solucionar la dificultad, los antiguos griegos recurrieron al truco de apilar las hojas para luego coserlas. Agréguele una cubierta y contratapa de material más grueso y ahí tiene el libro en la misma forma y concepto que mantiene hasta la actualidad. De ahí en adelante habría que esperar un milenio y medio para que fueran inventado los tipos –entiéndase: imprenta- y otro tanto para llegar a los textos electrónicos, pero eso ya es otra historia.
Espero haya tenido una buena lectura.